martes, 16 de febrero de 2016

¡El poderoso a sus justas proporciones!


Existen poderosos que son abusivos congénitos, se engolosinan demostrando que para ellos no hay límites fuera de sus deseos; abundan los que se creen con derecho a ser desorganizados, a no dar instrucciones precisas, a saltarse las normas y hasta pretender que sus subalternos posean artes adivinatorias frente a lo que quieren y como debe hacerse.

¿Por qué un oficial de alto rango, con ominoso salario, que comete una infracción de tránsito abusa de su puesto para no pagar el comparendo y hace degradar al subalterno que de manera correcta impuso la multa?

Los abusivos son tema frecuente en los espacios de murmuración y desahogo del día a día, se describen hasta la saciedad sus excesos, pero hay que percatarse que más allá de la fuerza de los poderosos para atropellar, los subordinados también son responsables ya que frecuentemente encubren y hasta acolitan sus extralimitaciones; como resultado de ello nuestra cultura ha infundado en la sociedad un deslumbramiento enfermizo por quien detenta el poder.

El embobamiento lleva a tomar al superior como medida de todas las cosas sin fundamento mayor que la fascinación por aquel que sobresale en la jerarquía, se le eleva a la categoría de gran autoridad en todos los temas, siendo en muchas ocasiones apenas un aficionado de lo que opina; se le convierte en molde de gustos, chistes y hasta exclusiones.

Impresiona ver la cara excitada de alguien que narra su encuentro casual con “el doctor”, evoca con detalle cada palabra, cada gesto de una conversación intrascendente, entonces su interlocutor recuerda que en la actividad de fin de año ”el doctor” comió lechona, para dar prueba de sus momentos de terrenalidad.

Pululan defensores de los excesos del poderoso, son benevolentes y blandos sin argumento distinto que padecer como natural el comportamiento abusivo; esa idolatría muta hacia la alcahuetería que traspasa la vida personal y afecta los objetivos organizacionales; convierte la tarea en un camino donde importan más los caprichos del jefe que la calidad y pertinencia del resultado institucional.

Ejercer el poder es una función social importante y difícil, el mando debe soportarse en  la capacidad y merecimiento de quien lo detenta, en aquellos que puedan guiar al grupo de manera retadora y digna; en quienes logran que cada uno de los participantes den lo mejor de sí.

Se debe trascender de relaciones jerárquicas morbosas hacia correspondencias de liderazgo, respeto y responsabilidad; no se puede ser indulgente con quien usa mal su cargo o posición, esto también está en manos del subordinado.


¡Hay que llevar al poderoso a sus justas proporciones!

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